La Iglesia, en un compromiso permanente con el hombre de todo tiempo y lugar, ha tratado de ser fiel a su fundador, Jesucristo, auscultando las realidades diversas en las que desarrolla su misión, para pronunciar una palabra que oriente la acción humana. Porque el camino de la Iglesia es el hombre, todo hombre, especialmente aquel que está herido en el camino de la vida y que necesita la ayuda solidaria que nace del amor de Dios. De manera tal que cuando la comunidad eclesial tiende la mano al pobre, al indigente, al desamparado, al pisoteado en su dignidad, tiene conciencia que ese gesto se realiza al mismo Señor Jesús, que se identifica con todos esos rostros (Mt 25).